Una historia sobre segregación (Nudo y Epílogo)

domingo, 2 de enero de 2011


Sobre el “sujeto”


Sobre el relato antes mencionado, una vez que estuve caminando hacia mi casa bajo los faroles teñidos de un amarillo extraño me puse a pensar en aquél sujeto, no tanto en su persona, como en lo que me sabe representa, sobre la metáfora de su ser a la realidad de tantos, y sobre aquellos que sin pensarlo y bajo un sesgo ultra irracional hablan acerca de la igualdad entre todos los seres humanos, entre todas las etnias y culturas.

Ese tipo nunca será mejor o superior a mí, de antemano su condición de ladrón, de andrajoso, de ser un patético predicador individualista lo hace ya inferior a mucha gente, sin embargo la cultura que el ha rechazado por la que ha acogido, es decir, el conjunto de valores sub normales que glorifican el hedonismo, el facilismo, la decadencia moral y el sin sentido de las acciones lo hace un ente desechable, falso, una marioneta de un sistema que tan solo quiere, necesita sujetos así para poder subsistir y seguir envenenando a las personas. Este esperpento cayó bajo el influjo del latrocinio y la droga, otros lo hacen bajo la farsa de la religión, otros bajo el hedonismo del dinero, el sexo, el éxito sin escrúpulos, o la misantropía.

Sin temor a una exageración, este “nigger” bien podría representar la idiosincrasia judeo-cristiana del peruano común. Hagamos de lado el hecho que sea un parásito social de esta sociedad (ladrón, fumón y andrajoso) y enfoquémonos en su discurso, su perorata acerca de dios, su condición sub normal y con ello vendrá todo lo demás.

Pensando en mí pueblo de manera distinta

El Perú, una nación andina-amazónica, se funde en la tradición de sus pueblos paganos, la verdadera identidad de este territorio está en su tierra, en el honor, orgullo y fuerza que hicieron despliegue los antiguos reinos a imperios que habitaron aquí y que, en muchos aspectos eran superiores en modos, técnicas, usos y estructuras a las civilizaciones europeas que la invadieron y dominaron (de eso no hay duda alguna).

El Perú, se consolida como tal con llegada del europeo, aquél quien trajo su civilización, ritos y religión, la judeo cristiana y con ella todas sus taras. Lo que la civilización española hizo fue pervertir el natural orden de cosas con su fe decadente, su dogma de muerte (el único aspecto negativo del período conocido como la “Colonia”)

El judeo-cristianismo, como en el resto de naciones donde se asentó se encargó de calificar como “adoración satánica” la cultura pagana de nuestro pueblo, destruyo nuestros templos de culto y adoración para levantar sus muros de piedras, sus recintos donde pregonar la muerte, descartó nuestro legado como legítimo para dar paso a la única historia posible de admitir, la del judío crucificado y sus doce eunucos.

Y como en otras naciones, el culto de muerte se expandió a todos los ámbitos de la sociedad, de la vida diaria, íntima y colectiva, quemando los viejos vínculos que nuestros gloriosos antepasados tenían con nosotros, castrando nuestra raíz cultural materna, adoptando el mórbido flagelo de un padre resucitado.

Misantropía: el legado del hebreo

No piensen que esta cultura (otros le dicen anti cultura, de acuerdo con ello) promueve la paz, la verdad, el amor y solidaridad pues son meras fachadas para encubrir el hedonismo, la mentira, la misantropía, la flojera y la comodidad parásita.

Yo me pregunto si el sujeto que se encontraba en el colectivo conmigo hace sus plegarias al dios judío para ¿sentirse protegido y resguardado en la tierra? ¿Si acaso no pide por otros salud, bienestar para que luego él sea recompensado por su “desprendimiento” una vez que llegue al “reino de los cielos”? La respuesta es si.

La religión, el sistema judeo-cristiano se funda en bases individualistas. Uno hace acciones buenas porque te dicen que solo así podrás vivir a la “diestra del padre” una vez la muerte con sus largas alas haya alcanzado tu existencia. Del mismo modo, las obras malas son bien recibidas, aceptadas y hasta justificadas porque luego basta que uno se hinque, junte las manos, ponga el rostro compungido, mire al cielo con temor para pedir a su dios el “perdón de sus pecados”, tener la absolución divina, la del padre, o el de la conciencia para saberse salvo y seguir andando como si nada, para garantizar un espacio en el cielo. Un fin indiscutiblemente mezquino e individual.

El pueblo sin espíritu

El peruano es una caminante sin orgullo, un guerrero sin espíritu, un pagano sin identidad. ¿Por qué? el primer factor, sin duda, es la llegada de la cultura judeo-cristiana, el segundo, pero no menos importantes ha sido la llegada de otras culturas inferiores como la africana, o la colie china, la japonesa que, en el caso de la negra, no han hecho si no pervertir los valores que se fundían entre las culturas andinas y europeas; en tanto que las dos últimas han sido parasitarias al no aportar nada en ningún sentido posible.


Es allí donde nace la “cultura peruana”: desvirtuada, sin cohesión, sin identidad, la nación más alienada de América Latina, una vez la tierra pre colombina más importante, una vez la colonia más trascendental del reino de los castellanos, y hoy solo un punto más en la cultura importada de fuera, aquella que intenta eliminar cualquier iniciativa por encontrar la verdadera identidad de nuestro pueblo. Fuimos el punto clave para librarnos de la dominación española, en tal podemos ser el escenario primario para romper las cadenas del sistema judeo-cristiano.

La perversión de quienes dicen “somos iguales”

El sistema imperante, cuyo motor ideológico es la globalización, se ha encargado de decirnos que no hay diferencia alguna entre las culturas, que todas las personas somos iguales. Nada más falso que esto. De ser así, ¿aquél sujeto en el colectivo, un verdadero parásito, tiene los mismos derechos que yo? ¿Los terroristas comunistas que por 20 años desangraron a mi pueblo tienen los mismos derechos o son iguales a mí? Yo digo que no. Eso no me convierte en un conservador capitalista, eso me convierte en un hombre de honor que entiende los niveles, categorías en los que se desenvuelve la vida humana de acuerdo a las decisiones de cada uno.

Ahora todos, tanto blancos, mestizos, como indios están dominados por esta plaga que los ha desvirtuado, que los incita a vestirse como gente de un gueto negro, a desligarse de los asuntos de interés, a voltear la mirada dando importancia a temas flatulentos y de perversión como, por ejemplo, las drogas, la desidia, la música sin darle un sentido, un valor agregado, una acepción de identidad; cuando todo se vuelve un mero pasatiempo para mitigar el vacío que el sistema produce en las personas a nivel general.

Hasta las formas de conseguir sexo se han degradado a tal punto que hoy veo, con la mayor repulsión y desagrado, como una mujer es abordada con la más alta carencia de sentido común, digno de personas identificadas con sub-culturas decadentes que hoy han emergido de otras culturas sub normales y parasitarias. Esta falta de respeto es (también) fomentada por las mismas mujeres quienes, igualmente contaminadas por estos valores decadentes permiten su degradación, su transformación a meros objetos de placer, reducidas a una simple “pussy”. Dejamos que un judío bajo la forma moral y valorativa de un “nigger” abuse de nuestras mujeres y se perpetúe en el tiempo su sangre, su linaje pervertido mediante el sexo. Las mujeres decadentes buscan ligar con el nigger más guay, porque ser nigger ahora está de moda, es lo "IN". El “nigger” es para América Latina lo que el judío fue y, en muchos caso es, para Europa; no es un grupo de personas de cierto color o ascendencia, necesariamente, son personas con cierta escala de valores y costumbres degradadas.

Por ejemplo, que el sujeto de mi historia sea a la vez un ladrón, un adicto, un degradado y un cristiano no es ninguna coincidencia pues, teniendo en cuenta que en el fondo esta religión solo fomenta el individualismo, la misantropía, la desidia moral, el hedonismo no resulta sorprendente, pero si alarmante cuando vemos que el capitalismo y el socialismo, los órganos políticos del judeo-cristianismo se han encargado: el primero de llenar de la búsqueda de la individualidad pervertida, del goce a través del dinero y el sexo sin sentido; mientras el segundo ha llenado el cerebro a las personas de una filantropía tan escasa de conciencia, del inhumo sentido de igualdad, del materialismo entronizado y camuflado bajo las banderas del pluralismo.

La aurora de otoño

Vivimos en naciones decadentes, mediocres, occidente es una civilización decadente, el Perú es un país mediocre, y esto lo digo con la mayor de las penas, de saber que mi pueblo, el suelo donde nací, una vez habitado por hombres orgullosos que comprendían del honor, la familia, la comunidad, la sangre, la fuerza, el amor y el orgullo; hoy todo eso se ha venido abajo. Pero, y a pesar que una postura franca y abierta como la mía a muchos les sepa aborrecible y la os ignorantes risible, me reconforta saber que en este camino me he topado con gente de la misma ligazón ideológica, individuos que entienden al Perú en una escala superior a la establecida por la mentira capitalista-comunista y eso es lo positivo de este relato, de esta memoria, que de a pocos, estamos levantando la cabeza, conociendo lo que nos rodea cuando aprendemos a observar; que la aurora de otoño puede y es posible para nuestro pueblo, que el verano esponjoso pronto terminará y con ello esta gloriosa nación en pasado, historia, cultura, descendencia y ascendencia retomará las riendas de su destino. Seguramente yo y mis compañeros no lo veamos llegar, pero estaremos contentos si es que al llegar el suspiro frío de la muerte las cosas se sienten más que prometedoras.

Una historia sobre segregación (El preámbulo)


I

Sucedió un día antes del año nuevo, me encontraba regresando de un encuentro amical con una persona a quien estimo mucho, me dispuse en el paradero, esperaba a que, como ya es típico en Lima, pasase un colectivo el cual no estuviese tupido de una masa ansiosa por llenar dicho transporte.

Llegó el momento en que pude subirme a un colectivo de tamaño grande, espacioso, de esos que me dejan tan cerca de mi casa sin preocuparme por el espacio o asiento que pueda o no haber. Esta vez (asumo que por el loquerío de fiestas de fin de año) tan solo habían disponibles dos asientos al fondo del colectivo (no suelo sentarme al fondo por razones de seguridad) me dispuse a ir hacía allá.


II

A lo largo del corredor del colectivo una voz estruendosa, chirriante, asquerosa se hacía notar. Parecía decir algo al conductor, un boca a boca que el cobrador trató de calmar mandando al fondo al hombre. Era un sujeto de estatura baja, de físico insignificante, no era gordo, tenía esa delgadez escasa de salud, aquella que no es de enfermedad, sino de aquellas que miras y te producen un tanto de repulsión. Sus ropas andaban acompañadas con el color de la mugre (ya sabes a cuales me refiero) amplias, sueltas, como de aquellos que tienen preferencia por coger lo que no es de ellos y en la moda de los guetos afroamericanos y centroamericanos.

El sujeto estaba en aparente intoxicación, no pude reconocer si era bajo el influjo del alcohol o acaso algún psicotrópico volador, el hecho es que estaba en “otra nota”. Sentado atrás donde fuera recluido hablada de “dios”, que era un hijo de dios, que a los ojos de dios todos son iguales, que solo dios sabe la verdad, que todos le ignoran porque es “negro” (para mi más tiene de zambo y mulato, que de negro) salvo la verdad de “dios”, y en una ocasión, recuerdo, preguntó a la gente si preferían que robara a que hablara de “dios”. Por supuesto, nadie le hizo son ni mucho menos le respondió.

III

Muy pronto, el asco y la repulsión me invadió los sentidos, me crispaba los nervios escuchar a ese parásito balbuceando cosas que ni él creía y mucho menos practicaba (supongo que es un reflejo de lo que es ser cristiano hoy, mucha palabra y poca acción en la vida real, todos se rasgan las vestiduras pero ninguno de ellos vive de acuerdo a su dogma). Pero no era tanto su perorata insuflada de autocompasión cristiana lo que me encabronaba, sino el hecho que este sujeto, este “NIGGER” apestoso se moviera, hablara e incluso se dirigiera a alguna mujer que le miró espantado con toda la sorna del mundo.


IV

Al poco rato, cuando un par de personas se levantaron próximas a bajar, la mujer que estaba a mi lado y yo, nos fuimos, asqueados hacia delante, ambos, nuevamente, en el mismo asiento. Miento, ella lo hizo temerosa, yo lo hice lleno de arcadas, con deseos de tener en mi mano, en mi puño, una pistola, un cuchillo para acabar con la “inexistencia” de ese batracio (la justicia debería tomarse en ciertos casos bajo la propia mano, y esta debería ser abalada por un Estado verdaderamente consciente de esto, aunque la mentalidad del peruano común y simple, subdesarrollada, solo degeneraría en desorden y anarquía).

V

No tardó mucho cuando alguna otra persona en los asientos personales de adelante descendiera del colectivo, ante lo que este sujeto aprovechó para dirigirse raudo hacia el primer asiento, el que por lo general también se reserva a las personas con discapacidad, a las madres con bebés, niños pequeños, mujeres embarazadas y personas ancianas. El individuo sin sentirse avergonzado posó su raquítico culo en el sitio comenzando a hablar, nuevamente, sobre dios, que ante sus ojos todos somos iguales, una escena de por sí patética, y hasta se acomodaba dando consejos relacionados con la fatalidad a cualquier que, a propósito o casualmente, le mirase. Un sujeto desechable, déjenme decirles.


VI

Pronto llegó la hora en que yo debía bajarme, llevaba mis audífonos puestos, en parte porque no soporto la música que ponen en dichos lugares, en parte porque no soporto las aglomeraciones de gente, en parte porque detesto el sonido del griterío de las personas en espacios tan pequeños, en parte porque quiero hacer de mis viajes momentos subliminales que la música y la lectura me provocan, y pasé al costado del individuo, pareció mirarme por un microsegundo para luego continuar incansable con su cháchara cual monólogo barato, yo descendí y el “hombre” (o imitación de uno) se mantenía allí, abriendo la boca sin saber para qué sirve esta.


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