Prólogo
Recuerdo que era un niño, tenía 7 años, vivía en Breña (cosa que aún hago), estaba en segundo grado de educación primaria y se había vuelto típico que las transmisiones televisivas durarán hasta las 5 de la tarde, hora en que en estos aparatos se apagaban como por arte de magia, la luz se iba a partir de dicho tiempo hasta la mañana del día siguiente. Yo tenía siete años y hacía mis tareas escolares sentado en la mesa del comedor solo alumbrado por el tenue brillo de una vela lánguida.
Eran años extraños porque recuerdo eran hermosos (para mí y muchos otros como yo) pero la sensación que los adultos de entonces sentían era de un miedo que nosotros, entonces críos, no atinábamos a entender. Decían que habían unos hombres malos que les gustaba matar a las personas, que eran las responsables que la televisión no durara todo el día, que yo y cientos millares de niños hicieran sus trabajos escolares prácticamente, en la oscuridad. Decían que un hombre era el responsable, el líder de todo ello. Decían que se llamaba Abimael Guzmán.
Era de noche cuando los noticieros, esos programas donde todos los días cosas horribles aparecían (quizás ese ha sido el legado de aquella época al periodismo actual), se presentaba una grabación bastante rústica de un par de hombrecillos con ropas oscuras parados frente a un hombre con barba y menuda edad avanzada, vestida de ropas negras, acompañado de una mujer poco femenina, con el mismo tono de atuendos sosteniendo una pequeña bandera roja donde no se podía percibir bien un bordado amarillo por la mala calidad de la cámara. En efecto y, como lo presentaban todos los canales, eran el famoso Abimael Guzmán y su segunda esposa, Elena Iparraguirre, descubiertos, capturados, mostrado a través de todos los medios visuales en su último refugio, una casa a modo de bunker en uno de los distritos más residenciales de esta Lima que hacía más de 10 años le importaba no se enteraba de lo que los así llamados “senderistas” hacían en la sierra del país. Era un 12 de setiembre de 1992.
19 años atrás
No hace mucho se cumplieron 19 años de este suceso. Para muchos peruanos, para la juventud de hoy, quizás este hecho resulte un tanto distante e, inclusive, a la gente de mi generación, muchos lo sienten del mismo modo. Pero fue algo que determinó los siguientes años de vida política, económica y social de este país. Hoy, con todo el rollo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, con los organismos no gubernamentales azuzando y parcializando la realidad de muchos sucesos, es bueno hacer una “hazme memoria”, digámoslo así, “alternativo” desde una perspectiva particular de quien escribe.
Lo que fue el PCP - SL
Lo primero que se debe hacer es dar algunas luces de la naturaleza de Sendero Luminoso quien (cosa que hoy no se menciona) fue el que inició la guerra, quien tuvo la intención criminal de atentar a conciencia contra la vida de millares de peruanos, de destruir todo lo relacionado a la vida económica y social de la nación.
El Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso surge de las infinitas escisiones que la izquierda peruana sufrió a partir de los años 50 – 60, tendencia que se fue expandiendo conforme pasaron las décadas formando infinitos grupúsculos que estaban formados por un puñado de personas. Dentro de estos tantos surge este movimiento en Huamanga, Ayacucho, liderado por el profesor de filosofía, Abimael Guzmán Reynoso, cuyo mayor postulado es que el Perú estaba viviendo una situación revolucionaria óptima para desarrollar la revolución comunista.
El ideario de Sendero era claramente maoísta, lo cual se fundamentaba en el desarrollo de la revolución de acuerdo a los postulados de la “Guerra Prolongada” que el líder y genocida chino aplicara en las décadas que duró este movimiento. Eso quiere decir que la implantación del comunismo iba a tener como modelo y base principal lo hecho en la China maoísta. Ese era el modelo que Sendero le proponía al Perú sin que el resto de la nación se enterara, ese era el modelo que la extrema izquierda entendía o mal entendía cuando el Perú, obviamente, si bien siempre ha tenido (antes mucho más) una situación social bastante convulsa, no algo que podríamos describir como “revolucionaria”.
El inicio de la guerra
Sendero desplegó en mayo de 1980 su mentada “Guerra Popular”, una copia barata de la estrategia creada por Mao Tse Tung. La intención de este grupo fue, desde sus inicios, exacerbar los sentimientos de la población por medio de sendos asesinatos y masacres para incitar a las fuerzas de defensa del Estado a cometer los mismos crímenes.
En sus inicios, el grupo liderado por Guzmán se ganó la confianza de las poblaciones alto andinas de Ayacucho. Sin embargo, el aislamiento al que Sendero mantuvo a esta poblaciones, la dureza brutal con la que estas eran tratadas y el carácter asesino para con los poblados opositores provocó un pronto rechazo por parte de la base social que era esencial para llevar a cabo una lucha como la que se le estaba planteando al Perú, el campesinado pobre quien, en teoría, debía estar proclive a recibir a los senderistas como redentores y ser la masa que haga posible “cercar a las ciudades desde el campo”.
La respuesta del Estado fue una reacción taimada, sosa, sin consistencia, empezando por no reconocer el carácter asesino y terrorista de la organización subversiva cuando las mismas fuentes oficiales, partiendo por el entonces presidente Fernando Belaúnde Terry (1980 – 1985) consideraron como abigeos a esta nueva amenaza. Los primeros actos fueron declarar zonas de emergencia dentro de las provincias del departamento de Ayacucho para proseguir a darle la responsabilidad de contención y ataque a las fuerzas policiales, entidad bastante desprovista de los armamentos, medios y mandos necesarios para hacer frente a Sendero, lo que ocasionó que, por dos años (1980 – 1982), estos actuaran con total tranquilidad, expandiendo su acción terrorista a la totalidad de dicha zona.
No fue hasta la entrada de las fuerzas armadas (cuando la policía, simplemente, no podía ni repeler los ataques del enemigo, supuestamente, con inferioridad militar y logística) en 1983, y no bastó mucho tiempo para que la acción y consolidación de Sendero se hiciera cada vez más lenta, lo que obligó al PCP-SL a trasladar la guerra a los departamentos aledaños de Ayacucho. Con esta acción, la actividad represiva por parte del Estado también se amplió hacia las nuevas zonas donde Sendero comenzaba a realizar acciones políticas y/o militares.
Una pequeña reflexión a modo de pie de página
Y es cierto que ambos bandos cometieron horribles matanzas y asesinatos, y es verdad también que la intención de Sendero era la de provocar esta reacción estatal, según su estrategia, para mostrarle a la población el rostro genocida del “Estado burgués” y este cayó en aquella tentativa, sin embargo, esto no fue una política ni militar ni tampoco de Estado, y eso también debe quedar claro pues, la guerra que Sendero le planteó al Perú era la de una guerra no convencional, ni la guerra guerrillera típica que hasta entonces se había visto, no, el PCP-SL no contaba con reductos armados, tampoco con campamentos militares en una montaña recóndita, ni con batallones que desfilaban ni que se agrupaban, no, esto no sucedía. Sendero se filtró dentro de la misma población, siendo parte de ellas (pues ya tenía una labor de trabajo político en dichas zonas que tenía más de diez años, alguna base de influencia habían logrado ganar), oculta en ellas a vista y paciencia de poblaciones que, por un lado apoyaban su accionar y por el otro, el temor de ser tildados de “soplones” lo que equivalía a un muerte segura y muy brutal, dicho sea de paso. En un ambiente así, donde la población se rehúsa a colaborar, donde desconoces al enemigo del amigo resulta bastante previsible que las fuerzas del orden cometieran excesos, detestables, por supuesto, pero no políticas ni estrategias violatorias a los “derechos humanos”, hay que hacer una introspección más allá del mainstream de izquierda y la verticalidad de la derecha que hoy nos quieren vender para entender esto.
Lo que vino después
Con el gobierno de Alan García la cosa mejoró bastante en el plano táctico y estratégico; es a partir de aquí, a opinión de quien escribe, que se empiezan a realizar verdaderos progresos en la desarticulación del aparato clandestino de Sendero (tanto mandos políticos como militares). Sin embargo, el gobierno aprista no estuvo exento de cuestionables matanzas, verdaderamente arbitrarias, como las de Cayara, por ejemplo (no menciono a los penales porque y, honestamente, creo que era necesario limpiar dichas cárceles de la influencia senderista que tenía mucho más poder que, inclusive, las autoridades que dirigían dichos penales; además, estos eran senderistas confesos y sin arrepentimiento, era la obligación del Estado regresar la seguridad y estabilidad en este aspecto; sumado a ello, estaba comprobado que los mandos recluidos aún dirigían acciones militares). Lo más importante vino del lado de la policía, recientemente reestructurada por la administración aprista, en el plano de la inteligencia y la DIRCOTE (Dirección Contra el Terrorismo) las cual contaba con un pequeño grupo llamado GEIN, quienes fueron los primeros en dar con una casa donde encontraron todo tipo de folletería, papelería y material audio-visual que les daba nuevas pistas de cuáles eran los rostros de ese muro infranqueable que era la cúpula senderista, un misterio para todos, inclusive para los agentes de inteligencia. De este descubrimiento, famosa son las imágenes de la reunión del partido que tuvo lugar en Lima en 1988 donde se ve a toda la cúpula subversiva (salvo algunos que por razones militares no pudieron viajar a Lima) bailando y bebiendo, así como el funeral de la Augusta La Torre, conocida como “camarada Nora” primera esposa de Guzmán y segunda al mando después de él (luego le sucedería Elena Iparraguirre, segunda esposa de “cachetón” – como le apodó la policía)
Con la guerra trasladada con toda su intensidad a la capital, los limeños se enteraron de una vez por todas que existía una amenaza seria a la seguridad del país. La natural indiferencia de esta ciudad respecto al resto del territorio (cual feudo) se tornó en la preocupación, la tensión el miedo de no saber si mientras caminabas por una calle común y corriente estallaría una bomba, una balacera que se cierna sobre uno sin saber qué hacer, que de pronto la luz de la ciudad entera se quedara en tinieblas por horas interminables, por días incontables. Claro, eso sucedía recién aquí pues en la sierra y ceja de selva, las cosas habían sido indescriptiblemente peores, de un salvajismo y crueldad como aquí nunca se experimentó, pero, como siempre, más importancia tiene lo que sucedió acá que las muertes de miles de miles de indios quechuas, analfabetos, “ignotantes” que no valen nada, que nunca valieron y que, al parecer, nunca valdrán nada, porque si algo no cambió fue la manera como se mira a dichas personas, si algo logró Sendero fue demostrar cuán fragmentado se encuentra este Perú de tantas sangres pero de pocas nueces y si en algo fallamos es en no darnos cuenta que ellos querían mostrar que ellos eran mejores que el resto, pero ellos no eran mejores, eran tan viles como nosotros lo fuimos con nuestra indiferencia y como lo somos hoy con nuestra desidia para no dejar de sentirnos cómodos en nuestras pequeñas vidas urbanas cosmopolitas.
Recuerdo que era un niño, tenía 7 años, vivía en Breña (cosa que aún hago), estaba en segundo grado de educación primaria y se había vuelto típico que las transmisiones televisivas durarán hasta las 5 de la tarde, hora en que en estos aparatos se apagaban como por arte de magia, la luz se iba a partir de dicho tiempo hasta la mañana del día siguiente. Yo tenía siete años y hacía mis tareas escolares sentado en la mesa del comedor solo alumbrado por el tenue brillo de una vela lánguida.
Eran años extraños porque recuerdo eran hermosos (para mí y muchos otros como yo) pero la sensación que los adultos de entonces sentían era de un miedo que nosotros, entonces críos, no atinábamos a entender. Decían que habían unos hombres malos que les gustaba matar a las personas, que eran las responsables que la televisión no durara todo el día, que yo y cientos millares de niños hicieran sus trabajos escolares prácticamente, en la oscuridad. Decían que un hombre era el responsable, el líder de todo ello. Decían que se llamaba Abimael Guzmán.
Era de noche cuando los noticieros, esos programas donde todos los días cosas horribles aparecían (quizás ese ha sido el legado de aquella época al periodismo actual), se presentaba una grabación bastante rústica de un par de hombrecillos con ropas oscuras parados frente a un hombre con barba y menuda edad avanzada, vestida de ropas negras, acompañado de una mujer poco femenina, con el mismo tono de atuendos sosteniendo una pequeña bandera roja donde no se podía percibir bien un bordado amarillo por la mala calidad de la cámara. En efecto y, como lo presentaban todos los canales, eran el famoso Abimael Guzmán y su segunda esposa, Elena Iparraguirre, descubiertos, capturados, mostrado a través de todos los medios visuales en su último refugio, una casa a modo de bunker en uno de los distritos más residenciales de esta Lima que hacía más de 10 años le importaba no se enteraba de lo que los así llamados “senderistas” hacían en la sierra del país. Era un 12 de setiembre de 1992.
19 años atrás
No hace mucho se cumplieron 19 años de este suceso. Para muchos peruanos, para la juventud de hoy, quizás este hecho resulte un tanto distante e, inclusive, a la gente de mi generación, muchos lo sienten del mismo modo. Pero fue algo que determinó los siguientes años de vida política, económica y social de este país. Hoy, con todo el rollo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, con los organismos no gubernamentales azuzando y parcializando la realidad de muchos sucesos, es bueno hacer una “hazme memoria”, digámoslo así, “alternativo” desde una perspectiva particular de quien escribe.
Lo que fue el PCP - SL
Lo primero que se debe hacer es dar algunas luces de la naturaleza de Sendero Luminoso quien (cosa que hoy no se menciona) fue el que inició la guerra, quien tuvo la intención criminal de atentar a conciencia contra la vida de millares de peruanos, de destruir todo lo relacionado a la vida económica y social de la nación.
El Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso surge de las infinitas escisiones que la izquierda peruana sufrió a partir de los años 50 – 60, tendencia que se fue expandiendo conforme pasaron las décadas formando infinitos grupúsculos que estaban formados por un puñado de personas. Dentro de estos tantos surge este movimiento en Huamanga, Ayacucho, liderado por el profesor de filosofía, Abimael Guzmán Reynoso, cuyo mayor postulado es que el Perú estaba viviendo una situación revolucionaria óptima para desarrollar la revolución comunista.
El ideario de Sendero era claramente maoísta, lo cual se fundamentaba en el desarrollo de la revolución de acuerdo a los postulados de la “Guerra Prolongada” que el líder y genocida chino aplicara en las décadas que duró este movimiento. Eso quiere decir que la implantación del comunismo iba a tener como modelo y base principal lo hecho en la China maoísta. Ese era el modelo que Sendero le proponía al Perú sin que el resto de la nación se enterara, ese era el modelo que la extrema izquierda entendía o mal entendía cuando el Perú, obviamente, si bien siempre ha tenido (antes mucho más) una situación social bastante convulsa, no algo que podríamos describir como “revolucionaria”.
El inicio de la guerra
Sendero desplegó en mayo de 1980 su mentada “Guerra Popular”, una copia barata de la estrategia creada por Mao Tse Tung. La intención de este grupo fue, desde sus inicios, exacerbar los sentimientos de la población por medio de sendos asesinatos y masacres para incitar a las fuerzas de defensa del Estado a cometer los mismos crímenes.
En sus inicios, el grupo liderado por Guzmán se ganó la confianza de las poblaciones alto andinas de Ayacucho. Sin embargo, el aislamiento al que Sendero mantuvo a esta poblaciones, la dureza brutal con la que estas eran tratadas y el carácter asesino para con los poblados opositores provocó un pronto rechazo por parte de la base social que era esencial para llevar a cabo una lucha como la que se le estaba planteando al Perú, el campesinado pobre quien, en teoría, debía estar proclive a recibir a los senderistas como redentores y ser la masa que haga posible “cercar a las ciudades desde el campo”.
La respuesta del Estado fue una reacción taimada, sosa, sin consistencia, empezando por no reconocer el carácter asesino y terrorista de la organización subversiva cuando las mismas fuentes oficiales, partiendo por el entonces presidente Fernando Belaúnde Terry (1980 – 1985) consideraron como abigeos a esta nueva amenaza. Los primeros actos fueron declarar zonas de emergencia dentro de las provincias del departamento de Ayacucho para proseguir a darle la responsabilidad de contención y ataque a las fuerzas policiales, entidad bastante desprovista de los armamentos, medios y mandos necesarios para hacer frente a Sendero, lo que ocasionó que, por dos años (1980 – 1982), estos actuaran con total tranquilidad, expandiendo su acción terrorista a la totalidad de dicha zona.
No fue hasta la entrada de las fuerzas armadas (cuando la policía, simplemente, no podía ni repeler los ataques del enemigo, supuestamente, con inferioridad militar y logística) en 1983, y no bastó mucho tiempo para que la acción y consolidación de Sendero se hiciera cada vez más lenta, lo que obligó al PCP-SL a trasladar la guerra a los departamentos aledaños de Ayacucho. Con esta acción, la actividad represiva por parte del Estado también se amplió hacia las nuevas zonas donde Sendero comenzaba a realizar acciones políticas y/o militares.
Una pequeña reflexión a modo de pie de página
Y es cierto que ambos bandos cometieron horribles matanzas y asesinatos, y es verdad también que la intención de Sendero era la de provocar esta reacción estatal, según su estrategia, para mostrarle a la población el rostro genocida del “Estado burgués” y este cayó en aquella tentativa, sin embargo, esto no fue una política ni militar ni tampoco de Estado, y eso también debe quedar claro pues, la guerra que Sendero le planteó al Perú era la de una guerra no convencional, ni la guerra guerrillera típica que hasta entonces se había visto, no, el PCP-SL no contaba con reductos armados, tampoco con campamentos militares en una montaña recóndita, ni con batallones que desfilaban ni que se agrupaban, no, esto no sucedía. Sendero se filtró dentro de la misma población, siendo parte de ellas (pues ya tenía una labor de trabajo político en dichas zonas que tenía más de diez años, alguna base de influencia habían logrado ganar), oculta en ellas a vista y paciencia de poblaciones que, por un lado apoyaban su accionar y por el otro, el temor de ser tildados de “soplones” lo que equivalía a un muerte segura y muy brutal, dicho sea de paso. En un ambiente así, donde la población se rehúsa a colaborar, donde desconoces al enemigo del amigo resulta bastante previsible que las fuerzas del orden cometieran excesos, detestables, por supuesto, pero no políticas ni estrategias violatorias a los “derechos humanos”, hay que hacer una introspección más allá del mainstream de izquierda y la verticalidad de la derecha que hoy nos quieren vender para entender esto.
Lo que vino después
Con el gobierno de Alan García la cosa mejoró bastante en el plano táctico y estratégico; es a partir de aquí, a opinión de quien escribe, que se empiezan a realizar verdaderos progresos en la desarticulación del aparato clandestino de Sendero (tanto mandos políticos como militares). Sin embargo, el gobierno aprista no estuvo exento de cuestionables matanzas, verdaderamente arbitrarias, como las de Cayara, por ejemplo (no menciono a los penales porque y, honestamente, creo que era necesario limpiar dichas cárceles de la influencia senderista que tenía mucho más poder que, inclusive, las autoridades que dirigían dichos penales; además, estos eran senderistas confesos y sin arrepentimiento, era la obligación del Estado regresar la seguridad y estabilidad en este aspecto; sumado a ello, estaba comprobado que los mandos recluidos aún dirigían acciones militares). Lo más importante vino del lado de la policía, recientemente reestructurada por la administración aprista, en el plano de la inteligencia y la DIRCOTE (Dirección Contra el Terrorismo) las cual contaba con un pequeño grupo llamado GEIN, quienes fueron los primeros en dar con una casa donde encontraron todo tipo de folletería, papelería y material audio-visual que les daba nuevas pistas de cuáles eran los rostros de ese muro infranqueable que era la cúpula senderista, un misterio para todos, inclusive para los agentes de inteligencia. De este descubrimiento, famosa son las imágenes de la reunión del partido que tuvo lugar en Lima en 1988 donde se ve a toda la cúpula subversiva (salvo algunos que por razones militares no pudieron viajar a Lima) bailando y bebiendo, así como el funeral de la Augusta La Torre, conocida como “camarada Nora” primera esposa de Guzmán y segunda al mando después de él (luego le sucedería Elena Iparraguirre, segunda esposa de “cachetón” – como le apodó la policía)
Con la guerra trasladada con toda su intensidad a la capital, los limeños se enteraron de una vez por todas que existía una amenaza seria a la seguridad del país. La natural indiferencia de esta ciudad respecto al resto del territorio (cual feudo) se tornó en la preocupación, la tensión el miedo de no saber si mientras caminabas por una calle común y corriente estallaría una bomba, una balacera que se cierna sobre uno sin saber qué hacer, que de pronto la luz de la ciudad entera se quedara en tinieblas por horas interminables, por días incontables. Claro, eso sucedía recién aquí pues en la sierra y ceja de selva, las cosas habían sido indescriptiblemente peores, de un salvajismo y crueldad como aquí nunca se experimentó, pero, como siempre, más importancia tiene lo que sucedió acá que las muertes de miles de miles de indios quechuas, analfabetos, “ignotantes” que no valen nada, que nunca valieron y que, al parecer, nunca valdrán nada, porque si algo no cambió fue la manera como se mira a dichas personas, si algo logró Sendero fue demostrar cuán fragmentado se encuentra este Perú de tantas sangres pero de pocas nueces y si en algo fallamos es en no darnos cuenta que ellos querían mostrar que ellos eran mejores que el resto, pero ellos no eran mejores, eran tan viles como nosotros lo fuimos con nuestra indiferencia y como lo somos hoy con nuestra desidia para no dejar de sentirnos cómodos en nuestras pequeñas vidas urbanas cosmopolitas.
0 Blasfemias:
Publicar un comentario