Esa Mancha de sangre que envuelve al Perú

lunes, 5 de enero de 2009



¿Quién incendió la pradera?

El Perú es un país cuya historia social y política se ha visto innumerables veces afectada por taras como la corrupción, desorden social, descontento, la pobreza latente y creciente, la marginación étnica de una gran masa de la población, la guerra, entre otros.

Sin embargo, un fenómeno que surgiría con el regreso de los gobiernos civiles por medio de elecciones libres en 1980 concentraría en su accionar y su desenvolvimiento todo lo anterior mencionado.

Este fenómeno al que hago referencia es la violencia armada que a partir de mayo de 1980 hasta el año 2000 mantuvo al Perú en un estado de inseguridad, violencia, arbitrariedad como hasta entonces no se vio en el país; cuando todo lo bueno y más aún, todo lo malo emergió de los bandos radicalizados, de aquellos quienes debían proteger a la población más golpeada y la sociedad civil urbana que no sintió el conflicto hasta que este tocara a las puertas de sus ciudades.

Decir que fue el Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso, dirigido por el mediocre profesor de filosofía Abimael Guzmán Reynoso el responsable por desencadenar la violencia política, es verdad. Nuestro país, siguiendo teorías marxistas, no vivía un estado de convulsión social que condujera a ver una situación revolucionaria. Para entonces, es decir, 1980, la dictadura militar había entregado pacíficamente el poder a los civiles y convocado a elecciones “democráticas”.

La gente recibió con mucho beneplácito este gesto pues ese régimen ya se ahogaba en su propia predica seudo revolucionaria que ya hacia mucho había dejado de convencer a la mayoría de la población.

Pero si bien tanto los grupos de derecha, centro como lo se de izquierda comprendían la importancia del juego en democracia relegando postulados que dada la situación política que la actualidad demandaba resultaban, por demás, desfasados. Sin embargo, la dictadura militar no fue el pretexto para un pequeño grupo comunista, muy radical cuya fe ciega en la lucha armada conllevó a la degeneración de su ideología en lo que podría llamarse un “marxismo mutante” que mezclo la clásica verticalidad del partido, el culto a la personalidad al estilo maoísta estalinista con tintes mesiánicos, donde la realidad no existía salvo la interpretación que el jefe máximo, en tal el partido (porque el segundo es el primero y este segundo no puede existir sino como expresión de la inspiración político-divino del primero) estipulaba de lo que ellos consideraban los hechos reales de la situación social del país.

Ya en años anteriores como los 60 habían desdeñado las alianzas con otras fuerzas de izquierda por considerarlas, sin excepción, todas revisionistas (pues, como se dijo líneas “el partido” era el “único que veía la realidad tal y como es”), no nacieron para actuar abiertamente, eran pues un partido clandestino cuyo único objetivo era llevar la “lucha armada” para irrigarla por todo el mundo.

La guerra entre dos fuegos: Rojos contra Blancos

Como supuestos “buenos maoístas” la idea de la lucha armada se centraría en el campo, quizás dado el carácter aún agrario del Perú y de su fuerza motora, el campesino pobre y oprimido, a los que suponían sus aliados innatos, así lo creyeron porque lo decía el librito de cierto personaje de ojitos rasgados.

Cuando llegó la hora de actuar, el núcleo de su dirección con las justas pasaba los 50, sin embargo, quizás contaban con una fuerza de choque de unos 300 hombres a lo mucho. Aquellos eran la sepa, las semillas de la revolución, chicos pobres, cuya vida no tendría más futuro que seguir el mismo destino de los padres, aventureros, jóvenes universitarios impresionables por un discurso fácil, inconsistente pero muy vehemente que el fondo solo llevaba a un cementerio ideológico del que no podrían salir, cual adicto requiere de su morfina o su heroína.

En los dos primeros años de la guerra, los triunfos de Sendero hacían preveer un rápido final, o al menos así lo pensaban sus guerrilleros, todo lo contrario a lo que pensaba Guzmán y su cúpula quienes conforme la victorias se sucedían avanzaban en posiciones dentro del partido para la pronta entronización como jefe máximo del partido, de la revolución y como la continuación ideológica del comunismo después de Marx, Lenin y Mao. Estos buscaban la confrontación con las fuerzas armadas; y la obtuvieron para finales de 1982.

A partir de entonces la violencia no solo sería radicalizada por Sendero, sino que las fuerzas armadas en su desconocimiento del enemigos y su accionar cometieron atrocidades contra la población campesina rural que era la más afectada, dejando a esta en un fuego cruzado del cual ellos eran los únicos perjudicados. Y no solo en el plano militar, también social y cultural.

Por parte de los senderistas quienes decían pelear y defender al pueblo se habían mostrado sumamente brutales con aquellos poblados que rehusaban unirse a su lucha. Estos eran diezmados en repetidas veces de la forma más bestial imaginable a punta de arma blanca, pues, en su pensamiento comunista colonial, no merecían gastar sus balas con unos indios campesinos miserables, solo por citar un ejemplo.

Del mismo modo, las fuerzas del orden, en su mayoría procedentes de la costa mostraron su desprecio por esos “indios” o “serranos apestosos” a quienes tenían que defender. Así mismo, los militares en la Zona de Emergencia actuaron con suma bestialidad para “restablecer el orden” en los pueblos donde la presencia de Sendero era innegable, no hacía falta pruebas, la mera sospecha de ello bastaba para que un campesino sea llevado a un interrogatorio por demás violento, o incluso la súbita desaparición.

Se vivía un estado de pánico generalizado dicha región y hasta entonces para las grandes ciudades y sobre todo para Lima era un problema ajeno a su burgués y cotidiano desentendimiento de lo que pasa en el interior de la nación y ni los políticos, incluidos los de izquierda daban la importancia debida a este grupo alzado en armas. El entonces presidente Fernando Belaúnde (1980-1985) declaró que Sendero era un grupo de abigeos, para meses después asegurar que el fenómeno del PCP-SL era financiado desde Cuba o Caracas. Del mismo modo, los parlamentarios de bancadas socialistas, comunistas y más “istas” restaban importancia a los hechos de barbarie realizados por Sendero aduciendo que eran exageraciones del gobierno y los medios de comunicación.

No hace falta mencionar al final de cuentas estos métodos de clara violación a los derechos humanos fueron hechos sistemáticos y solo cuando la guerra entre finales de los 80 y principios de los 90 llegó a Lima con toda su fuerza estos procedimientos fueron condenados con severidad, pero no era de una comprensión de la dimensión de la guerra que vivía el país hacia ya diez años, más bien era una reacción como cuando perturban tu despreocupada tranquilidad, fue entonces cuando poco a pocos los medios de comunicación y algunos sectores de la sociedad civil se interesan por aquello que se veía tan lejano y al fin tocaba a sus puertas.

Año 2000 ¿el despertar de un nuevo comienzo?

Cuando el conflicto terminó también lo hacia el gobierno de tintes dictatoriales de Alberto Fujimori (1990-2000) criticado por violación a los derechos humanos cuyos casos más emblemáticos eran la matanza de Barrios Altos y la Universidad la Cantuta, ambas realizadas por escuadrones paramilitares del ejército, así mismo por una serie de hechos de corrupción, la compra de los medios de comunicación a favor del régimen, la censura a los periodistas con ideas opuestas al gobierno fujimorista y su política en diversos campos, así como muchos otros casos más.

Fujimori huyó al Japón cuando se descubrió la compra de congresistas para que engrosaran las filas de su partido. Del mismo modo su ex asesor y segundo hombre fuerte (o quizás “EL” hombre fuerte del gobierno) Vladimiro Montesinos salía del país silenciosamente pasando a la clandestinidad.

El Congreso decide nombrar presidente provisional a Valentín Panigua quien tenía la misión de sanear, política y moralmente al aparato del Estado y reivindicarlo con la población después de diez años de autoritarismo y veinte de violencia política.

La CVR

Con este fin se decide crear la Comisión de la Verdad y Reconciliación cuya finalidad era la de develar todos los hechos ocurridos durante aquél nefasto período de nuestra historia republicana.

Sin embargo, de sectores de la derecha y el fujimorismo que luchaba por no quedarse como otro partido caudillista más acusaron a la comisión de estar manejadas por comunistas, naciendo entonces el término “caviar” para denominar a los nuevos izquierdistas.

A dos años de su creación la comisión dirigida por Salomón Lerner después del acopio de información, datos, videos, cintas, grabaciones, y sobre todo escribir la historia de lo ocurrido en base a los testimonios de las víctimas y los actores que llevaron a cabo tanta destrucción, unos en aras de crear una sociedad a punta del fusil y los otros intentando proteger a la población que se suponía debían respetar.

Las conclusiones de esta comisión no fueron controversiales pero si muy debatidas y hasta denigradas por los sectores antes mencionados, fundamentalmente por el papel atribuido a las fuerzas del Estado como el segundo violador de derechos humanos después de Sendero (y con un margen no muy amplio entre una y otra)

Cuando el entonces mandatario, Alejandro Toledo se prometió llevar a cabo estas recomendaciones, asistir a los afectados con las reparaciones respectivas y castigar a los responsables de ambos bandos, nuevos juicios para aquellos que aún no lo había tenido, informar a toda la población sobre este acontecimiento, y muchas tantas promesas más.

Pasaron ya cinco años desde aquél informe y todavía no se ven, reparaciones, la gente sigue sin desconocer que fue el conflicto que atrasó al Perú veinte años más y que dejó a más de 60 mil muertos en ese lapso. Pocos son aquellos que conocen la CVR, y si lo hacen carecen de conocimiento sobre su función, su importancia y sus recomendaciones.

En desatono con hoces y rifles

Ahora el país goza de una repentina estabilidad económica. Sin embargo la reciente crisis está provocando un mediano malestar general, sobre todo por los precios de los productos de consumo diario, siguen los escándalos por corrupción (aunque en menor medida) pero la gente que sufre los estragos de la violencia está olvidaba no solo por el Estado que sufre de lagunas crónicas a la hora de apoyar a la población afectada y la sociedad civil otra vez vuelve a sumirse en su habitual individualismo como si nada de aquello fuera un recuerdo tan remoto como la guerra con Chile.

La violencia, la guerra, la barbarie, la muerte puede haber terminado pero toda una generación deambula por sus pueblos, caseríos o ciudades como muertos en vida, desprovistos de su humanidad, quizás carentes de la innata capacidad para amar y dejarse amar, sus vidas no valen nada para ellos lo mismo que para el Estado y nosotros los niños bien de la capital.

La verdadera solución a este problema es la toma de conciencia, pero esta no se basa en que Sendero admita su terrorismo como tal, ni que las fuerzas armadas acepten que sus políticos subversiva traía consigo una sistemática violación a los derechos humanos, sino que la sociedad haga un mea culpa, que medita sobre aquella, actúe, pero como el típico asistencialismo de limeñito para con el indio, desde ese punto de vista se prolonga el sufrimiento y solo se redime la conciencia de aquél que una vez hizo de menos las matanzas y asesinatos.

No, este es el momento, la excusa para sanar viejos temores, complejos, taras de nuestra sociedad que nos han mantenido alejados tanto tiempo del resto del país, entender de una vez por todas que el cholo, el indio, el chuncho, el negro, el chino o lo que sea son tan dignos de respeto, atención y ayuda como esa población blanca y mestiza que se computa superior a los demás.

¡Para que no se vuelva a repetir!


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