Escrito no estoico (acerca de la nada y del todo)

miércoles, 24 de agosto de 2011



Sobre algo

Hace poco me topé escuchando una canción de un grupo de reggae muy conocido en estas tierras sureñas, el tema tiene una línea que me han motivado a “textear” esto, y dice “Quiero escapar contigo a algún lugar, me apesta esta ciudad, todo, todo me es tan típico, excepto tú” y sea esto lo que, sentado en el escritorio de mi oficina, en horario de trabajo, lo que me ha hecho pensar respecto a estos días, respecto a lo que es mi vida, la vida de muchos en esta ciudad que satura, esa necesidad de escapar lejos de aquí, ampliar la mente, pero no solo, al lado de alguien más, de alguien que valga la pena, de alguien que tenga el mismo deseo aventurero y escapista de perdernos por un tiempo lejos de esa cotidianeidad tan asfixiante de la orbe.

La ciudad y su indiferencia

A veces, cuando salgo a caminar (cosa rara por acá), no dejo de notar lo mismo: la gente transita, no camina, no pasea, no. Todos están demasiado apresurados, demasiado sumidos en su paso acelerado, imbuidos de ese espíritu de enajenación respecto al del costado, a lo que les rodea. Es un espectáculo que decepciona, que entristece, que deprime. El mundo de hoy ha creado las bases para atar al hombre, para hacerlo servil al ritmo estrepitoso del día a día, desligándolo no solo del rededor, sino, de si mismo, de su propia naturaleza, de su propio sentido de existencia. Eso es lo peor. Ese podría ser el resumen del ser humano en plena era de la sociedad de información, la tecnología, la democracia y los derechos humanos. VACÍO.

Y de nuevo, mientras tecleo, podría imaginar a mi persona tendida sobre un gran campo sin presunto fin, sin buscar amor, sin buscar consuelo, tan solo estar yo y ese vasto horizonte de infinita tranquilidad. Ser todo y ser nada, que aparezcan las imágenes ribereñas de un jardín pecaminoso, donde el cauce de un río guía las vidas de cuanto ser se atreva a beber de sus aguas, que te invite a sentarte, reposar en sus orillas, pensar todo cuando es, hubo y habrá, que la vida es una ambivalencia eterna de situaciones, experiencias, sentimientos y contradicciones, que la muerte es una pasó más en el recorrido de un espíritu, que el amor es la vida de todos, que todo posee amor, que todo contiene odio, que la perfección es un anhelo no un hecho, que Dios podría existir como que no, pero qué más da si uno regresa de donde vino, qué importa ello si uno vuelve a sentirse enlazado con la naturaleza que es la que nos guía, cuida y preserva.

Otro pasos hacia allá

¿Qué es qué en esta vida? ¿Quién dice, define qué es lo correcto, lo bueno, lo que debemos seguir, elegir? ¿Dónde radica la verdad que otros dicen saber y que otros deben o debemos aceptar? No lo puedo asegurar porque no lo sé, pero si puedo decir que eso depende de la conciencia individual de cada ser en este mundo, en esta vida. La vida nos enseña a todos, día a día que la verdad, la realidad es relativa de acuerdo a los ojos del observador, que interpretar la vida es como crear una ideología que es solo una guía, una pauta para determinadas ocasiones, no es un dogma que te diga esto para toda ocasión. Pues no.

Y por principio de armonía conmigo mismo, con lo que me rodea, con la naturaleza, la madre de todo, es una gran verdad que todo lo malo, todo lo negativo hecho hacia otros sin razón alguna, regresará a mí, a ti, con la misma fuerza o mucha más para hacerte recordar que en esta vida (pues es la única con la que cuento, con la que cuentas) todo tiene una razón, una causa, y por tal, tiene consecuencias. Si estas son positivas o negativas, eso ya depende de lo que cada uno haga. Y esto no depende de creer o no en un ser supremo, de si uno profesa una fe, religión, eso no importa, no condiciona nada pues hay algo superior, una ley natural en el aire, en lo que no vemos, en lo que percibimos, un principio de reciprocidad donde todo lo bien hecho recibe una gratificación; y todo acto mal intencionado recibirá, de igual manera, una retribución. Simple como eso, no hace falta ser entendido, erudito, sabio para entenderlo.

Yo entiendo

Yo puedo entender a aquellos que se dicen ser hedonistas, puedo entender a los que no tienen otra visión salvo la suya propia, puedo entender a aquellos que creen que la vida es un frenesí de experiencias vacías extremas, puedo entender a aquellos que hacen de los días la tragedia de vivir en sus temores, traumas y miradas ajenas, puedo entender a aquellos cuyas formas son las de querer proyectar algo que no son, pero no puedo entender a aquellos que hacen lo que hacen pero sin importarles pasar encima de los demás, usando el buen sentido del resto para satisfacer su ansia, deseo y luego son barridos como la basura por la escoba.

Un principio natural

Hay un sentimiento original que trasciende a todas las consideraciones que los seres humanos podamos disertar, a cuantas ideas podamos articular, a cuantos valores nos podemos aferrar, a cuanta fe podamos conciliar. Existe algo mucho más trascendental que ello, algo que posee la armonía pura en esencia, esa contraposición de lo positivo y negativo, de perfecta simetría, aquella cuya única ley es el principio de reciprocidad, principio sobre el cual toda esencia se vale para existir y coexistir. Es, quizás el principio el cual los hombre pensaron podrían desechar, esquivar; ese experimento llamado “civilización”, esa civilización que nos ha llevado, en millones de caso, a la irracionalidad, donde la desidia, el conformismo, la abulia y el egoísmo son los nuevos valores de una sociedad que ha sido quebrada y disgregada desde sus bases naturales hasta vaciarla para no poner nada coherente dentro de ella. Y, a pesar de ello, este principio sigue en pie, inquebrantable.


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