No hace mucho, revisando algunos diarios de lectura común me topé con un artículo que hablaba sobre el caudillismo, si, ese mal consecuencia de la crisis política que viene sufriendo el país desde décadas.
Sin embargo, haciendo un pequeño “flashback” al pasado republicano me doy con la “Oh, sorpresa” que este no es un problema reciente, sino es una “tara” (por decirlo de alguna manera) que se arrastra desde hace más de un siglo.
No es mi intención hacer un recuento histórico pero si mencionar a grandes rasgos algunos precedentes.
La Primera Ola: Viejos caudillos
Cuando el Primer Militarismo hacía lo que quería con el Estado como una granja, existía la figura del “caudillo militar” basado en la valentía en el campo de batalla, con un ejército personal que le vitoreaba cual conquistador milenario sin tener sus “seguidores” la más mínima idea si este personajillo contaba con algún plan económico, político o social. Ese era el Perú en la primera mitad y parte de la segunda del siglo XIX.
Con llegada del civilismo al poder, parecía que esta tradición atrofiante llegaría a su fin. Y es cierto, casi se logra hasta que estalló la guerra con Chile (1879) la misma que demostró lo frágil que era el Perú como nación, como Estado, como proyecto de desarrollo y democracia. Solo baste recordar aquella vieja anécdota en que un oficial chileno pregunta a sus soldados “¿por quién peleas, soldado?” a lo que estos respondían “Por Chile”. Cuando llega este al sector de los prisioneros peruanos formula la misma pregunta “¿Por quién pelea, soldado?” a lo que el peruano contesta “Por el general Miguel Iglesias” el oficial decide preguntar a otro soldado nacional y contesta “Yo peleo por el Taita Cáceres”. ESO ERA EL PERU (y sigue siendo)
Después de la guerra se erigió como gran héroe el dictador Nicolás de Piérola y este fue el primer caudillo civil del Perú, en base a él, a su figura se forjo un partido nacional el cual se mantuvo fuerte y vigente mientras su líder vivía. Una llegada la muerte del ex dictador, su agrupación ingresó a un periodo de franca decadencia, el mismo que terminó por eliminarlo del ruedo político.
Luego de Piérola se puede distinguir, claramente, la figura de dos caudillos que marcaron las décadas del 20 y 30 del siglo pasado. Me refiero a Augusto B. Leguía, quien gobernó de manera autoritaria la nación por once años y Luis M. Sánchez Cerro quien gobernaría por tres años hasta su asesinato en 1933, Bajo su figura se formaría la “Unión Revolucionaria” la misma que tras el magnicidio se disolvería al poco tiempo.
Otro caudillo sería el dictador Manuel A. Odría quien, con políticas se hizo con el poder durante ocho largos años, apoyado por un aparato represor eficaz a la hora de silenciar a posibles, potenciales y abiertos opositores al régimen. Creo el UNO (Unión Nacional Odriista) nada menos ególatra y reflejo vivo de la imagen que este militar tenía de si mismo) Sin embargo, este partido duro un poco más de una década en actividad hasta que la muerte de su líder y único cuadro de trascendencia falleciera. Como es de imaginarse, el destino de esta agrupación fue el mismo.
La segunda Ola: Caudillos “Demócratas”
El lector intuitivo podrá notar que la “Primera Ola” de caudillos han tenido una tradición autoritaria, acuartelada y dictatorial.
La “segunda ola” a la que llamo la de los “Caudillos Demócratas” tiene en sus bases a civiles que llegaron al poder o formaron parte de partidos de masas con una base ideológica cohesionada en su interpretación de la realidad nacional.
El primero de estos caudillos demócratas no es otro que el ya fallecido ex presidente Fernando Belaúnde Terry, quien gobernaría el Perú en dos ocasiones (1963-1968 y 1980-1985)
La historia parecía darle a su partido, Acción Popular, las bases para ser una organización de largo aliento, sustentada en cuadros de importancia capaces de tomar las riendas de la conducción partidaria en caso el líder y fundador no se encontrara.
Sin embargo, para los años 90 AP era una organización subyugada, había perdido llegada tras la derrota en su alianza con el Partido Popular Cristiano y el Movimiento Libertad en las elecciones presidenciales de 1990. Para cuando el Fujimorato había caído, AP se encontraba en franca decadencia que se acentuó más con la muerte del ex presidente Belaúnde. Su sucesor Valentín Paniagua le daría un breve auge hasta que la muerte tocaría otra vez a la puerta.
Es a partir de este momento que dicha organización entra en un período de decadencia dirigencial al no contar con cuadros cohesionados bajo un solo liderazgo, lo que ha conducido a luchas internas entre tres facciones muy marcadas: aquella liderada por el popular “Vitocho”, otra por Johny Lescano y otra por la autodenominada y nada santa Rosario Sasieta.
A pesar de ello, salga quien salga victorioso. AP parece estar llegando a lo que podríamos calificar como su último aliento, pues ninguno de los tres personajes tiene la estirpe política, ni la llegada para convocar ni unificar a un partido de masas. Simple como eso.
El segundo personaje es la antigua lideresa absoluta de la alianza de partidos conservadores de derecha “Unidad Nacional” y hoy presidenta indiscutible del aún conservado Partido Popular Cristiano (PPC) Lourdes Flores Nano.
Flores Nano se hizo de un nombre al ser congresista durante toda la década del 90 del siglo pasado. Se ganó fama de haber puesto seria oposición y crítica abierta al régimen autoritario de Alberto Fujimori.
Ese imaginario le valió para consagrarse como heredera política del fundador del PPC Luis Bedoya Reyes, herencia que le permitió lanzarse en dos oportunidades, ambas fallidas, como candidata a las elecciones presidenciales del 2001 y 2006, en todas pasando a la segunda vuelta…pero hasta allí nomás.
Hoy por hoy, resulta un tanto difícil ver el futuro del PPC sin Lourdes Flores a la cabeza. Y es que uno se pone a buscar dentro de sus cuadros, “dirigentes”, la sorpresa es grande cuando se nota que salvo ella, no hay otra figura que, siquiera, tenga las aptitudes de continuar el legado de Bedoya Reyes y Flores Nano.
En tal sentido, se puede decir que la amplia figura de Lourdes indirecta (o quizás no) ha opacado y ha dejado sin espacio a una evolución política al resto de dirigentes de dicho partido.
Esto no hace más que recordar la vieja historia de otras tantas agrupaciones que tras el alejamiento, separación o muerte del líder o fundador no se pudieron mantener en pie, debido a la incapacidad de estas para poder cohesionarse y afianzarse en un interés político común, unión que si garantizaba la dirigencia carismática del máximo dirigente.
El tercer caudillo demócrata no es otro que el actual presidente Alan García Pérez cuyo estilo personalista y lleno de artimañas no solo para manejar el Estado, sino y sobre todo para dirigir su partido le valen, a mi juicio ese título.
Cuando el líder histórico del APRA, Víctor Raúl Haya De La Torres fallece en 1979 el APRA era (y sigue siendo) el partido mejor organizado del Perú, con cuadros formados desde la juventud, con una amalgama de dirigentes “históricos” y nuevos rostros como Alan García, Jorge Del Castillo, Agustín Mantilla o Luis Alva Castro que hacía a uno pensar que en el partido de la estrella de todo menos caudillos ni señores feudales.
Esta tendencia se mantendría indisoluble hasta la llegada de García a la presidencia en 1985. Fue allí cuando empieza a desarrollar su manera personalista y egocéntrica de dirigir a su partido, para ellos colocando a futuros rivales políticos en cargos de sumo riesgo, en cuyos errores se jugaban su destino político.
De tal manera, para cuando hubo finalizado su gobierno, la segunda figura más importante, como era Luis Alva Castro, fue aminorado entre las artimañas tejidas por García desde Palacio de Gobierno. El sabía que debilitando a sus rivales directos fortalecía su figura y con ella la del APRA, pero un APRA imposible de desligar de su nombre.
Tras su exilio y su vuelta el Perú en 2001 esta tendencia fue en ascenso, de tal manera que en la actualidad, figuras como Jorge Del Castillo o Mercedes Cabanillas resultan siendo piezas menores y de poca llegada con la población a pesar que tiene una base ideológica bien estructurada.
En el contexto actual, García entiende a la perfección que salvo él, ningún otro aprista puede ser presidente. Por eso, resulta un tanto risible ver a los “dirigentes” apristas como Nidia Vilchez, Mauricio Mulder y Jorge Del Castillo pelearse como locos por ser elegidos candidatos a las elecciones generales, cuando está claro que ninguno de ellos sucederá al popular “Caballo Loco” en el “Sillón de Pizarro”.
Alan sabe eso, y sabe de sobra que quien llegue a la candidatura va a salir trasquilado políticamente (un rival menos) y eso le dará un gran potencial para postular una vez más, intentar otra vez, darle una nueva empujadita a sus sueños megalómanos de ser presidente por tercera vez en el 2016. Nuestro querido presidente tiene esa fecha en mente. NO LO DUDEN.
Tercera Ola: Caudillos Populistas o “Outsiders”
La tercera ola de caudillos es una consecuencia de varios fenómenos, entre ellos cabe resaltar a los dos más importantes: la aparición del terrorismo a manos del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y el proceso de inflación y crisis económica que aquejó a la nació desde principios de la década de los 80 y que se acentuaría a partir de 1987 con la estatización de la Banca.
Estos factores provocaron el descrédito no solo del gobierno, sino de la clase política en general que se vio totalmente obsoleta para buscar soluciones a ambos problemas, mostrando una burocratización excesiva en todos sus procesos, lo que condujo a un distanciamiento entre los políticos y la población.
En ese clima apareció el Movimiento Libertad liderado por el escritor Mario Vargas Llosa quien planteaba propuestas de carácter neo liberal (tener en cuenta que el Perú fue uno de los último países de la región en adoptar este modelo de desarrollo pregonado por los Estado Unidos desde 1980) las mismas que garantizaban acabar con el sistema populista, la hiper inflación y la re inserción del Perú en la comunidad internacional tras la “banca rota”.
Pero Vargas Llosa no ganó.Quien se le adelantó en astucia y “criollada” fue un mediocre profesor de número de la Universidad Agraria La Molino, un chinito descendiente de japoneses sin plan de gobierno, sin un horizonte ideológico, es decir un tipo totalmente improvisado. Pero eso si, ducho en el arte de engatusar. Me refiero a Alberto Fujimori Fujimori.
Cuando este desconocido llegó a la presidencia, el equipo de tecnócratas de Vargas Llosa abandona al escritor para sumarse a las filas del fujimorismo sabiendo que en el plano ideológico y económico sería fácil de manejar. Y acertaron.
Lo que sigue es historia conocida, pero baste decir que en torno a la figura de Fujimori, sus supuestos logros, su capacidad de mando se crearon mitos de hombre infalible, imprescindible, formando un caudillo sin ninguna base ni propuesta, cuya mejor arma eran la manera de exaltar a la gente y generar empatía. Es así como se origina este tipo de caudillo.
En tal sentido, partidos como Cambio 90 o Si Cumple, que se han constituido en base a la figura sacrosanta de Fujimori, están destinados a perecer con la claudicación, alejamiento o muerte del líder ya que no plantean otra plataforma de luchar que no sea relacionada con la libertad de su único líder (hoy entre reja) y porque durante sus años de mandato se concentraron en hacer de sus “dirigentes” meros ecos de pensamiento atrofiado, útiles, únicamente, para endiosar la figura de ese “chinito”
Caudillos Pos Fujimori
No se confunda, lo que viene a continuación podría parecer una cuarta ola, pero no, es la continuación de la misma con caracteres menos despóticos pero igual de escasos de bases y propuestas concretas. Estas son las figuras políticas de la actualidad, herederas directas de la manera de hacer política que Fujimori inauguró.
Con estos personajes seré breve.
Luis Castañeda Lossio, aprendiz de político, alcalde de Lima, gran “Cutrero”, cuenta con un caudal político basado en las obras hechas en su gestión edil, hechos palpables pero nada profundos que pueda generar debate respecto a ciertos tópicos fundamentales de la sociedad peruana.
Es un hombre coyuntural, no posee capacidad reflexiva. En tanto que su partido es una oficina llena de asesores de imagen que no trabajan para fortalecer a su agrupación “Solidaridad Nacional” sino para mejorar y enaltecer la figura pequeña de Castañeda Lossio. En el fondo, es un político de poca monta.
El líder del Partido Nacionalista, Ollanta Humala, es aborrecida por medio Perú y es cierto que hay razones de sobra para hacerlo por su perorata barata y su afán casi paranoico de jugar a ser la eterna víctima de los “malosos” neo liberales.
Recordemos que en la campaña electoral de 2006 su discurso se baso en defensa contra las críticas y discursos que solo llamaban a exasperar los ánimos de aquellas poblaciones en las el Estado ni la sociedad en su conjunto muestran interés alguno. Quitando eso, el discurso carece de idea, y mucho menos de presuntas soluciones.
Sumado a ello, sus representantes parecen ser lobistas de los intereses de Ollanta, defensores del mismo, funcionan a una escala un poco más burocratizada que el área de imagen de Castañeda Lossio (o sea, Solidaridad Nacional)
Como Castañeda, Alex Kouri, actual presidente regional del Callao, es otro caudillo que se escuda en las supuestas obras realizadas en el Callao para mantenerse vivo en el imaginario chalaco y ahora limeño pues sabe que a nivel programático e ideológico no llenaría ni un salón para 50 persona, y creo que me quedo corto.
Heredero directo de las artimañas del régimen fujimorista del cual ha sido miembro asolapado, sabe que su mejor carta es mostrarse como un hombre capaz e imprescindible.
Su movimiento, el cual ni siquiera merece ser mencionado sirve como “Área de Propaganda” Kouriista, donde los dirigentes son mensajeros a sueldo, escasos de convicciones pero con un tremendo amor por la “mermelada”
Por último cabe señalar a la hija del ex presidente Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, quien no es necesariamente una política, pero cuanta con un carisma que su padre jamás tuvo ni tendrá (no le quitemos méritos tampoco, aunque caiga bastante pesada)
Como su padre, carente de ideas y propuestas se aferra a la consigna de rescatar todos los logros que el gobierno de su padre “logro”, así como conseguir la liberación del mismo. Fuera de eso, nadie, al menos que yo sepa, le ha escuchado pronunciarse respectos a temas de fondo.
Ideario antipopulista
Pero ¿por qué sucede este fenómeno tan recurrente en el Perú?
Desde mi punto de vista esto se debe a la eterna fragilidad que la sociedad y como reflejo la política ha sufrido desde los inicios de la República.
La falta de un proyecto país, la fragmentación social, el distanciamiento abismal entre diversos sectores sociales, los complejos propios de la sociedad republicana, el centralismo han facilitado el aislamiento de un sector favorecido respecto al resto del país. Factor que fue evolucionando conforme transcurrió el siglo XX y sobre todo tras caída del gobierno de las Fuerzas Armadas (1968-1980) que modificó todo en los usos sociales, regeneró los sectores sociales dando un paso importante en la ruptura de las amplias brechas sociales. Del mismo modo, las viejas mañas de hacer política.
Y este panorama es y será un caldo de cultivo para aquellos personajes como los descritos anteriormente, sobre todos los actuales que basan su “poder” en su capacidad de encabritar a las masas, mostrar una lista enorme de obras o hacer alarde de los logros de otros ex gobernantes, herederos, continuadores de dicho legado, cuando en sustancia son huérfanos políticos.
La sociedad civil, con la dejadez en que ha caído ha permitido que personajes como estos surjan. Producto del descontento y las ansias (no explícitas) de ser representados y sentirse parte de algo, buscan desesperadamente una fuga para esa frustración nacional en la que hemos caído. Y esto, como expone Alberto Adrianzén se ve claramente en las elecciones presidenciales, el simple hecho de votar.
“Por eso las elecciones presidenciales pueden convertirse o se convierten, en estos tiempos de fragilidad y baja institucionalidad políticas, en un “momento de ruptura”. Y eso tiene lugar cuando ese momento se convierte a la vez en uno de construcción de un pueblo o “momento populista”, en el que se constituyen al mismo tiempo un líder, un sujeto con una identidad política y un adversario”.
En tal sentido y como afirma Adrianzen, el caudillo moderno “no es un fenómeno político “sorpresa” como muchos lo califican, con candidatos “outsiders” y antisistema, sino que es más bien una lógica de la propia política” y añade que “son las condiciones (políticas, institucionales y estructurales) las que permiten la emergencia de esa lógica política. En realidad, mientras esas condiciones no se modifiquen la política tendrá un alto componente “populista” (o caudillista)”.
Yo no lo habría podido explicar mejor.
Sin embargo, haciendo un pequeño “flashback” al pasado republicano me doy con la “Oh, sorpresa” que este no es un problema reciente, sino es una “tara” (por decirlo de alguna manera) que se arrastra desde hace más de un siglo.
No es mi intención hacer un recuento histórico pero si mencionar a grandes rasgos algunos precedentes.
La Primera Ola: Viejos caudillos
Cuando el Primer Militarismo hacía lo que quería con el Estado como una granja, existía la figura del “caudillo militar” basado en la valentía en el campo de batalla, con un ejército personal que le vitoreaba cual conquistador milenario sin tener sus “seguidores” la más mínima idea si este personajillo contaba con algún plan económico, político o social. Ese era el Perú en la primera mitad y parte de la segunda del siglo XIX.
Con llegada del civilismo al poder, parecía que esta tradición atrofiante llegaría a su fin. Y es cierto, casi se logra hasta que estalló la guerra con Chile (1879) la misma que demostró lo frágil que era el Perú como nación, como Estado, como proyecto de desarrollo y democracia. Solo baste recordar aquella vieja anécdota en que un oficial chileno pregunta a sus soldados “¿por quién peleas, soldado?” a lo que estos respondían “Por Chile”. Cuando llega este al sector de los prisioneros peruanos formula la misma pregunta “¿Por quién pelea, soldado?” a lo que el peruano contesta “Por el general Miguel Iglesias” el oficial decide preguntar a otro soldado nacional y contesta “Yo peleo por el Taita Cáceres”. ESO ERA EL PERU (y sigue siendo)
Después de la guerra se erigió como gran héroe el dictador Nicolás de Piérola y este fue el primer caudillo civil del Perú, en base a él, a su figura se forjo un partido nacional el cual se mantuvo fuerte y vigente mientras su líder vivía. Una llegada la muerte del ex dictador, su agrupación ingresó a un periodo de franca decadencia, el mismo que terminó por eliminarlo del ruedo político.
Luego de Piérola se puede distinguir, claramente, la figura de dos caudillos que marcaron las décadas del 20 y 30 del siglo pasado. Me refiero a Augusto B. Leguía, quien gobernó de manera autoritaria la nación por once años y Luis M. Sánchez Cerro quien gobernaría por tres años hasta su asesinato en 1933, Bajo su figura se formaría la “Unión Revolucionaria” la misma que tras el magnicidio se disolvería al poco tiempo.
Otro caudillo sería el dictador Manuel A. Odría quien, con políticas se hizo con el poder durante ocho largos años, apoyado por un aparato represor eficaz a la hora de silenciar a posibles, potenciales y abiertos opositores al régimen. Creo el UNO (Unión Nacional Odriista) nada menos ególatra y reflejo vivo de la imagen que este militar tenía de si mismo) Sin embargo, este partido duro un poco más de una década en actividad hasta que la muerte de su líder y único cuadro de trascendencia falleciera. Como es de imaginarse, el destino de esta agrupación fue el mismo.
La segunda Ola: Caudillos “Demócratas”
El lector intuitivo podrá notar que la “Primera Ola” de caudillos han tenido una tradición autoritaria, acuartelada y dictatorial.
La “segunda ola” a la que llamo la de los “Caudillos Demócratas” tiene en sus bases a civiles que llegaron al poder o formaron parte de partidos de masas con una base ideológica cohesionada en su interpretación de la realidad nacional.
El primero de estos caudillos demócratas no es otro que el ya fallecido ex presidente Fernando Belaúnde Terry, quien gobernaría el Perú en dos ocasiones (1963-1968 y 1980-1985)
La historia parecía darle a su partido, Acción Popular, las bases para ser una organización de largo aliento, sustentada en cuadros de importancia capaces de tomar las riendas de la conducción partidaria en caso el líder y fundador no se encontrara.
Sin embargo, para los años 90 AP era una organización subyugada, había perdido llegada tras la derrota en su alianza con el Partido Popular Cristiano y el Movimiento Libertad en las elecciones presidenciales de 1990. Para cuando el Fujimorato había caído, AP se encontraba en franca decadencia que se acentuó más con la muerte del ex presidente Belaúnde. Su sucesor Valentín Paniagua le daría un breve auge hasta que la muerte tocaría otra vez a la puerta.
Es a partir de este momento que dicha organización entra en un período de decadencia dirigencial al no contar con cuadros cohesionados bajo un solo liderazgo, lo que ha conducido a luchas internas entre tres facciones muy marcadas: aquella liderada por el popular “Vitocho”, otra por Johny Lescano y otra por la autodenominada y nada santa Rosario Sasieta.
A pesar de ello, salga quien salga victorioso. AP parece estar llegando a lo que podríamos calificar como su último aliento, pues ninguno de los tres personajes tiene la estirpe política, ni la llegada para convocar ni unificar a un partido de masas. Simple como eso.
El segundo personaje es la antigua lideresa absoluta de la alianza de partidos conservadores de derecha “Unidad Nacional” y hoy presidenta indiscutible del aún conservado Partido Popular Cristiano (PPC) Lourdes Flores Nano.
Flores Nano se hizo de un nombre al ser congresista durante toda la década del 90 del siglo pasado. Se ganó fama de haber puesto seria oposición y crítica abierta al régimen autoritario de Alberto Fujimori.
Ese imaginario le valió para consagrarse como heredera política del fundador del PPC Luis Bedoya Reyes, herencia que le permitió lanzarse en dos oportunidades, ambas fallidas, como candidata a las elecciones presidenciales del 2001 y 2006, en todas pasando a la segunda vuelta…pero hasta allí nomás.
Hoy por hoy, resulta un tanto difícil ver el futuro del PPC sin Lourdes Flores a la cabeza. Y es que uno se pone a buscar dentro de sus cuadros, “dirigentes”, la sorpresa es grande cuando se nota que salvo ella, no hay otra figura que, siquiera, tenga las aptitudes de continuar el legado de Bedoya Reyes y Flores Nano.
En tal sentido, se puede decir que la amplia figura de Lourdes indirecta (o quizás no) ha opacado y ha dejado sin espacio a una evolución política al resto de dirigentes de dicho partido.
Esto no hace más que recordar la vieja historia de otras tantas agrupaciones que tras el alejamiento, separación o muerte del líder o fundador no se pudieron mantener en pie, debido a la incapacidad de estas para poder cohesionarse y afianzarse en un interés político común, unión que si garantizaba la dirigencia carismática del máximo dirigente.
El tercer caudillo demócrata no es otro que el actual presidente Alan García Pérez cuyo estilo personalista y lleno de artimañas no solo para manejar el Estado, sino y sobre todo para dirigir su partido le valen, a mi juicio ese título.
Cuando el líder histórico del APRA, Víctor Raúl Haya De La Torres fallece en 1979 el APRA era (y sigue siendo) el partido mejor organizado del Perú, con cuadros formados desde la juventud, con una amalgama de dirigentes “históricos” y nuevos rostros como Alan García, Jorge Del Castillo, Agustín Mantilla o Luis Alva Castro que hacía a uno pensar que en el partido de la estrella de todo menos caudillos ni señores feudales.
Esta tendencia se mantendría indisoluble hasta la llegada de García a la presidencia en 1985. Fue allí cuando empieza a desarrollar su manera personalista y egocéntrica de dirigir a su partido, para ellos colocando a futuros rivales políticos en cargos de sumo riesgo, en cuyos errores se jugaban su destino político.
De tal manera, para cuando hubo finalizado su gobierno, la segunda figura más importante, como era Luis Alva Castro, fue aminorado entre las artimañas tejidas por García desde Palacio de Gobierno. El sabía que debilitando a sus rivales directos fortalecía su figura y con ella la del APRA, pero un APRA imposible de desligar de su nombre.
Tras su exilio y su vuelta el Perú en 2001 esta tendencia fue en ascenso, de tal manera que en la actualidad, figuras como Jorge Del Castillo o Mercedes Cabanillas resultan siendo piezas menores y de poca llegada con la población a pesar que tiene una base ideológica bien estructurada.
En el contexto actual, García entiende a la perfección que salvo él, ningún otro aprista puede ser presidente. Por eso, resulta un tanto risible ver a los “dirigentes” apristas como Nidia Vilchez, Mauricio Mulder y Jorge Del Castillo pelearse como locos por ser elegidos candidatos a las elecciones generales, cuando está claro que ninguno de ellos sucederá al popular “Caballo Loco” en el “Sillón de Pizarro”.
Alan sabe eso, y sabe de sobra que quien llegue a la candidatura va a salir trasquilado políticamente (un rival menos) y eso le dará un gran potencial para postular una vez más, intentar otra vez, darle una nueva empujadita a sus sueños megalómanos de ser presidente por tercera vez en el 2016. Nuestro querido presidente tiene esa fecha en mente. NO LO DUDEN.
Tercera Ola: Caudillos Populistas o “Outsiders”
La tercera ola de caudillos es una consecuencia de varios fenómenos, entre ellos cabe resaltar a los dos más importantes: la aparición del terrorismo a manos del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) y el proceso de inflación y crisis económica que aquejó a la nació desde principios de la década de los 80 y que se acentuaría a partir de 1987 con la estatización de la Banca.
Estos factores provocaron el descrédito no solo del gobierno, sino de la clase política en general que se vio totalmente obsoleta para buscar soluciones a ambos problemas, mostrando una burocratización excesiva en todos sus procesos, lo que condujo a un distanciamiento entre los políticos y la población.
En ese clima apareció el Movimiento Libertad liderado por el escritor Mario Vargas Llosa quien planteaba propuestas de carácter neo liberal (tener en cuenta que el Perú fue uno de los último países de la región en adoptar este modelo de desarrollo pregonado por los Estado Unidos desde 1980) las mismas que garantizaban acabar con el sistema populista, la hiper inflación y la re inserción del Perú en la comunidad internacional tras la “banca rota”.
Pero Vargas Llosa no ganó.Quien se le adelantó en astucia y “criollada” fue un mediocre profesor de número de la Universidad Agraria La Molino, un chinito descendiente de japoneses sin plan de gobierno, sin un horizonte ideológico, es decir un tipo totalmente improvisado. Pero eso si, ducho en el arte de engatusar. Me refiero a Alberto Fujimori Fujimori.
Cuando este desconocido llegó a la presidencia, el equipo de tecnócratas de Vargas Llosa abandona al escritor para sumarse a las filas del fujimorismo sabiendo que en el plano ideológico y económico sería fácil de manejar. Y acertaron.
Lo que sigue es historia conocida, pero baste decir que en torno a la figura de Fujimori, sus supuestos logros, su capacidad de mando se crearon mitos de hombre infalible, imprescindible, formando un caudillo sin ninguna base ni propuesta, cuya mejor arma eran la manera de exaltar a la gente y generar empatía. Es así como se origina este tipo de caudillo.
En tal sentido, partidos como Cambio 90 o Si Cumple, que se han constituido en base a la figura sacrosanta de Fujimori, están destinados a perecer con la claudicación, alejamiento o muerte del líder ya que no plantean otra plataforma de luchar que no sea relacionada con la libertad de su único líder (hoy entre reja) y porque durante sus años de mandato se concentraron en hacer de sus “dirigentes” meros ecos de pensamiento atrofiado, útiles, únicamente, para endiosar la figura de ese “chinito”
Caudillos Pos Fujimori
No se confunda, lo que viene a continuación podría parecer una cuarta ola, pero no, es la continuación de la misma con caracteres menos despóticos pero igual de escasos de bases y propuestas concretas. Estas son las figuras políticas de la actualidad, herederas directas de la manera de hacer política que Fujimori inauguró.
Con estos personajes seré breve.
Luis Castañeda Lossio, aprendiz de político, alcalde de Lima, gran “Cutrero”, cuenta con un caudal político basado en las obras hechas en su gestión edil, hechos palpables pero nada profundos que pueda generar debate respecto a ciertos tópicos fundamentales de la sociedad peruana.
Es un hombre coyuntural, no posee capacidad reflexiva. En tanto que su partido es una oficina llena de asesores de imagen que no trabajan para fortalecer a su agrupación “Solidaridad Nacional” sino para mejorar y enaltecer la figura pequeña de Castañeda Lossio. En el fondo, es un político de poca monta.
El líder del Partido Nacionalista, Ollanta Humala, es aborrecida por medio Perú y es cierto que hay razones de sobra para hacerlo por su perorata barata y su afán casi paranoico de jugar a ser la eterna víctima de los “malosos” neo liberales.
Recordemos que en la campaña electoral de 2006 su discurso se baso en defensa contra las críticas y discursos que solo llamaban a exasperar los ánimos de aquellas poblaciones en las el Estado ni la sociedad en su conjunto muestran interés alguno. Quitando eso, el discurso carece de idea, y mucho menos de presuntas soluciones.
Sumado a ello, sus representantes parecen ser lobistas de los intereses de Ollanta, defensores del mismo, funcionan a una escala un poco más burocratizada que el área de imagen de Castañeda Lossio (o sea, Solidaridad Nacional)
Como Castañeda, Alex Kouri, actual presidente regional del Callao, es otro caudillo que se escuda en las supuestas obras realizadas en el Callao para mantenerse vivo en el imaginario chalaco y ahora limeño pues sabe que a nivel programático e ideológico no llenaría ni un salón para 50 persona, y creo que me quedo corto.
Heredero directo de las artimañas del régimen fujimorista del cual ha sido miembro asolapado, sabe que su mejor carta es mostrarse como un hombre capaz e imprescindible.
Su movimiento, el cual ni siquiera merece ser mencionado sirve como “Área de Propaganda” Kouriista, donde los dirigentes son mensajeros a sueldo, escasos de convicciones pero con un tremendo amor por la “mermelada”
Por último cabe señalar a la hija del ex presidente Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, quien no es necesariamente una política, pero cuanta con un carisma que su padre jamás tuvo ni tendrá (no le quitemos méritos tampoco, aunque caiga bastante pesada)
Como su padre, carente de ideas y propuestas se aferra a la consigna de rescatar todos los logros que el gobierno de su padre “logro”, así como conseguir la liberación del mismo. Fuera de eso, nadie, al menos que yo sepa, le ha escuchado pronunciarse respectos a temas de fondo.
Ideario antipopulista
Pero ¿por qué sucede este fenómeno tan recurrente en el Perú?
Desde mi punto de vista esto se debe a la eterna fragilidad que la sociedad y como reflejo la política ha sufrido desde los inicios de la República.
La falta de un proyecto país, la fragmentación social, el distanciamiento abismal entre diversos sectores sociales, los complejos propios de la sociedad republicana, el centralismo han facilitado el aislamiento de un sector favorecido respecto al resto del país. Factor que fue evolucionando conforme transcurrió el siglo XX y sobre todo tras caída del gobierno de las Fuerzas Armadas (1968-1980) que modificó todo en los usos sociales, regeneró los sectores sociales dando un paso importante en la ruptura de las amplias brechas sociales. Del mismo modo, las viejas mañas de hacer política.
Y este panorama es y será un caldo de cultivo para aquellos personajes como los descritos anteriormente, sobre todos los actuales que basan su “poder” en su capacidad de encabritar a las masas, mostrar una lista enorme de obras o hacer alarde de los logros de otros ex gobernantes, herederos, continuadores de dicho legado, cuando en sustancia son huérfanos políticos.
La sociedad civil, con la dejadez en que ha caído ha permitido que personajes como estos surjan. Producto del descontento y las ansias (no explícitas) de ser representados y sentirse parte de algo, buscan desesperadamente una fuga para esa frustración nacional en la que hemos caído. Y esto, como expone Alberto Adrianzén se ve claramente en las elecciones presidenciales, el simple hecho de votar.
“Por eso las elecciones presidenciales pueden convertirse o se convierten, en estos tiempos de fragilidad y baja institucionalidad políticas, en un “momento de ruptura”. Y eso tiene lugar cuando ese momento se convierte a la vez en uno de construcción de un pueblo o “momento populista”, en el que se constituyen al mismo tiempo un líder, un sujeto con una identidad política y un adversario”.
En tal sentido y como afirma Adrianzen, el caudillo moderno “no es un fenómeno político “sorpresa” como muchos lo califican, con candidatos “outsiders” y antisistema, sino que es más bien una lógica de la propia política” y añade que “son las condiciones (políticas, institucionales y estructurales) las que permiten la emergencia de esa lógica política. En realidad, mientras esas condiciones no se modifiquen la política tendrá un alto componente “populista” (o caudillista)”.
Yo no lo habría podido explicar mejor.
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