Historia de un polvo que nunca fue

viernes, 22 de enero de 2010

Hace poco conocí a una chica, muy guapa ella, de proporciones generosas, por decirlo menos, es decir, aquello que estimula los instintos de un hombre y esto último no guarda relación alguna con el machismo, es, simplemente, una cuestión fisiológica.

No tiene mucha relevancia en qué circunstancias la conocí, ni tampoco haciendo qué pero, me acerqué a la chica con mi ya clásica timidez, si, esa que me ha acompañado desde crío a la hora de hacerle el habla a una mujer, fuera quien fuera esta.

Algo intranquilo le hice el habla. Congeniamos bien, no lo puedo negar. Se veía accesible – ya saben a qué coño me refiero con eso – y supuse que siquiera algo podría obtener de aquello. Eso me dio un poco más de confianza, estaba forjando el camino a tener un polvo. ¡Carajo! Que necesitaba uno después de tanta decepción (jaja)

La conversación proseguía, mi ánimo estaba empilado y otra cosa también.

En esos momentos no pensaba en nada que no sea una simple y llana fornicación, algo violento, que exudara lujuria y todos los tipos de pecados de la carne que pudiera haber. Este sería mi día, aquí me consagraría otra vez, esa energía contenida después de tan malos polvos que había tenido últimamente quedaría en el olvido; mientras que mi mano, por fin se daría un buen respiro. Si.

Me sentía bien, rico (en sentido figurado), repentinamente vitalizado, de repente interesado por alguien, yo, que parezco por fuera no sentir sensación por nada ni por nadie. Iba a decir “Eso sería un golazo” pero a mi no me gusta el futbol y prefiero omitir dicha frase por “Era mi camino hacia el estrellato” (jaja)

Sonaba una música. Si, esa música tropical que el común de la gente escucha sin una simple abstracción. De pronto, la chica esta, menudamente movía los hombros al compás de dicho ritmo. No era algo que me sorprendiera pues, eso es lo socialmente aceptado, así que bueno, me dio igual. Pero a ella no.

Fue cuando de la nada, sin previo aviso me asesino “La salsa es lo máximo ¿no?” Las revoluciones comenzaron a darme vuelta por la cabeza, mi mente se espoleaba a una velocidad superior a la de la luz.

Lo primero que se me vino a la mente fue “¿ah?” Si, es estúpido, pero ese “¿ah?” Atinaba a decir, “¿qué mierda estás hablando?” Fue entonces cuando su imagen apetecible, deseable, subliminalmente sexual comenzó a pervertirse, a diluirse de manera grosera, como secreción, como orina.

Aquella erección mental transmutó a una flacidez de proporciones gonorréicas.

En mi mente no había opción a preguntarme ¿Qué le voy a responder? NO, eso no sucedió, y mejor así, pues dije aquello que me salía de los cojones.

“Disculpa, pero a mi no me gusta la salsa” dije, “ah ¿no? ¿Por qué. ah? ¿Qué música te gusta?” Y cual catedrático conteste a sus requerimientos de manera académica. Si, de esa manera que a muchos de insignes compañeros de labor les causa ignorante gracia.

“No le encuentro sentido a la salsa o a la música tropical, no me dice nada. A mi me gusta el metal extremo”

El rostro de la chica cambió, un tanto parecido al insecto preferido de Kafka. Era yo un marciano ante sus ojos, ni Roswell era tan “freak” como yo lo era para ella en ese momento, un bicho raro, una sensación muy familiar, muy risible.

Entonces me di cuenta que mis oportunidades de tirarme un polvito habían desaparecido. JODER!!!!!

En otras palabras, en ese instante, con esa respuesta se terminó todo; y sin embargo no cambiaría mi respuesta por nada del mundo y he allí la importancia de este post de aparente intrascendencia y estupidez.

Ahora, mientras escribo esto me pregunto ¿Y qué hubiera pasado si hubiera dicho que la salsa, efectivamente, es lo máximo? Quizás no estaría aquí, sentadito frente a mi computadora escribiendo esto mientras escucho “Ulver”; a lo mejor estaría en plena sesión de sexo, alcohol, en una habitación de luces tenues acompañado de un espejo mañosón como único espectador.

No me interesa estar sin follar si para eso tengo que dar la espalda a lo que pienso, siento; la base de todo ser radica en sus ideas y que sus acciones sean consecuentes con lo que se piensa, de lo contrario la hipocresía es el siguiente paso, la pose burda, soez, que solo conoce el fin descarado.

No soy un moralista ni mucho menos un hombre que pregone la ética (ambas me repugnan en cierto modo) pero me siento orgulloso de ser como soy, pues soy verdadero, real en comparación a muchos cabroncetes que se la dan de muy guarros, muy majos, muy papis, muy puppies. Solo viven llenos de apariencia, de falsedad, eso, de hecho, les hace expedir un hedor peor que la peste.

Para terminar con esto, solo me queda decir que una vez finalizadas estas líneas volveré a mis viejas andadas, a colocar mis dvd’s arriolones, conectarme una vez más con el control “manual” y acostarme cada noche con la imagen provocadora de una de mis amigas o conocidas sin el más mínimo respeto. LO JUSTO.

Danke shon!!!


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