Una pequeña historia sobre comunistas (PARTE IV)

sábado, 31 de julio de 2010


Recuerdo que cuando niño vi por la televisión de mi país (ya no recuerdo el año ni que edad tenía, solo se que era de noche) el asesinato de una persona que, según dicen, había sido un mal gobernante, que había sumido en la pobreza y la miseria a su gente, y que esta, harta de tantas maldades decidió revelarse y matarle. Por ese entonces su nombre me parecía indescifrable ¿qué gente tan rara se pondrá apellidos y nombres tan raros y cuánto más raros de grabar para el placer de muchos la muerte del una vez amado líder? Ese hombre era Nicolae Ceaucescu, dictador comunista con ínfulas de rey de un país de Europa Oriental llamado Rumanía.

El siguiente documento fílmico se titula “Nicolae Ceaucescu: El Rey del Comunismo” a primera vista uno pensaría que este título se debe a que fue uno de los más grandes abanderados de esta ideología. Pero no es así. El epítome de “rey” deriva que durante su gobierno/reinado, Ceaucescu trató a su pueblo como si fueran vasallos y esto no lo digo de manera despectiva, sino todo lo contrario.

Y no creo se exagere cuando se ponga a Ceaucescu y su mujer Elena como reyes de una Rumanía pobre y comunista (qué incompatible resulta hablar de comunismo y tener gobernantes que actúan como monarcas, eso demuestra, una vez más que el comunismo no puede ni podrá moldear un hombre nuevo pues es débil en comparación con la naturaleza de todo ser humano) Esto se evidencia en el fastuoso palacio diseñado por ellos para residir, legislar y gobernar; un palacio que, hoy por hoy es el más grande del mundo (vaya contradicción).

Sin embargo, todo régimen despótico por muy amado que haya sido por su pueblo, al final, siempre termina volviéndose un drogadicto del poder, un necesitado de más dosis de amor popular, a pesar que este pueblo ya empezase a mostrar claras señas de descontento. A esto, sumémosle que la economía comienza a colapsar, que el paraíso comunista prometido por el caudillo rojo pareció pronto llegar y se comienza a desmoronar.

Ese fue Nicolae Ceaucescu. Un hombre con carisma, un hombre que no dudo haya amado al pueblo rumano, que no dudo haya deseado y hecho en la medida de sus capacidades lo mejor para demostrar al mundo y sobre todo a la Unión Soviética que ellos podrían construir su propio modelo de socialismo sin el asistencialismo de los amos del Kremlin; pero que con ello, se creyó las historias de viejos héroes nacionales y se vio así mismo como el escogido para salvar a su nación y ser el nuevo abanderado del movimiento comunista.

No negaré que desde aquella primera vez que escuché su nombre emparentado con su final, su figura me ha cautivado y de alguna manera lo sigue haciendo pues, de todos los sangrientos asesinos comunistas, dictadores y déspotas genocidas, Ceaucesu es uno de los pocos que a pesar de su megalomanía tuvo, al menos por un tiempo la verdadera e idealista conciencia de cambiar el rostro de su nación y llenarla de orgullo-

Este no es un homenaje, sino solo una pequeña acotación.

Y, en todo caso, aún sigo pensando que los rumanos son raros, porque tras el muy amargo final de su antiguo líder, del mal gusto de final su fusilamiento y mostrar su cadáver sangrante ante cámaras, hoy por hoy, este país sigue sumido en la pobreza, y en tanto renegaban de sus viejos jerarcas rojos el partido con mayor representatividad es el comunista, mientras el segundo es un partido nacionalista que reivindica la figura del odiado dictador.


Un país de “gentes” raras, sin duda.














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